22 de mayo de 2013

Andalucía (un viaje personal) VI

6. ¡Tánger!  (Segunda parte)



Sorteando frutas y verduras que los comerciantes exhibían en las aceras, seguimos avanzando hasta llegar a una especie de mercado cubierto, llamado zoco, un recinto techado dónde los comerciantes administraban sus puestos fijos en los que se mezclaban los comestibles con collares, anillos, relojes y pulseras. Aparentemente ese lugar estaba vedado a los vendedores callejeros pues no había ninguno.

Un joven marroquí que colaboraba con nuestros guías en la conducción del grupo colocándose al final de la fila para que nadie se despistara, me explicó que el aparente caos en que se mueven los vendedores no es tal, sino que todos están controlados por lo que podría llamarse una "mafia" (dicho sin ánimo peyorativo) que no permitía el acceso quién no estuviese bajo su control.



El joven enfatizó que ese control, invisible a nuestros ojos, cuidaba especialmente que no hubiese robos ni malos tratos a turistas, la principal fuente de sus ingresos. Eso sí, no ponían límites a la insistencia de los vendedores para comercializar sus productos.

Surtido de olivas


Evidentemente conocedores de los vericuetos de esas callejuelas, reaparecían como por arte de magia al frente de la columna de asediados turistas que giraban por una calle, apenas segundos después de que ese mismo vendedor había estado al final del grupo tratando infructuosamente de canjear "tres pulseras por cinco euros". O sea, que el caminante podía encontrarse con la misma cara y el mismo artículo hasta cinco veces en sólo doscientos metros. "Ya te he dicho que no, no te acuerdas?. Qué pesao eres"

No obstante, es verdad que en ningún momento hubo discusiones o altercados. Dentro de su insistencia, los vendedores eran correctos, ya que ese era su modo de ganarse la vida y debían cuidarlo.  Había llegado la hora del almuerzo. Los guías nos llevaron a un restaurante típico marroquí que ya tenía todo dispuesto para recibir al grupo, incluyendo un cuarteto de músicos para amenizar el momento....y pasar luego la gorra.



El menú consistía en brochetas de carne triturada y rebozada (nunca sabré de que animal procedía) y el cuscus, un plato tradicional de Marruecos y Argelia, a base de sémola de trigo mezclada con algunas verduras. En el norte de Africa lo consumen diariamente y según nos contaron, debe comerse con los dedos. En las mesas, por suerte, había tenedores.

¿No se merece un
marco especial?
Al simpático gordito de la izquierda lo vimos en la entrada del establecimiento y luego sirviendo las mesas. El cuarteto de músicos desgranó canciones típicas, recompensadas luego con algunos valiosos euros, posiblemente su única paga.

Había que continuar. Salimos del restaurante y a seguir caminando bajo el acoso de los vendedores. Poco después nos detuvimos en una pequeña plazoleta y allí la guía local Fátima puso en marcha el plan que había iniciado en el autocar con las mencionadas "tandas publicitarias".

Reunió al grupo y comenzó: "Muchos de ustedes me han pedido que les indique dónde pueden comprar determinados productos. Podría hacerlo pero temo que se pierdan, así que si les parece, únanse en grupo y síganme que yo los llevo directamente". La idea era buena, así que en marcha detrás de Fátima.

Más callejuelas, más giros a derecha e izquierda, más vendedores, hasta que desembocamos en un comercio de venta de productos de la medicina tradicional marroquí. Al fondo del local había un recinto bastante amplio con sillas alrededor de una tarima central ocupada por un personaje singular: guardapolvo blanco, buenos modales y buen castellano. Sus ojos de ave de rapiña observaban como los turistas nos acomodábamos. Ya sabíamos lo que vendría a continuación.

Como si estuviese leyendo el mismo libreto que Fátima nos había endosado en el autocar, comenzó a hablar de las bondades de la medicina natural marroquí a base de hierbas. Otra vez la lista de enfermedades que desaparecerían milagrosamente con la utilización de los productos que mencionaría a continuación: aceite de argar, unguentos, cremas, lociones, polvos, gotas. Con ellos diríamos adiós a la dermatitis, soriasis, ronquera, atrofia muscular, arrugas en la cara y en todo el cuerpo, caída del cabello, etc, etc.

Epígrafe escrito en "argentino". Con solo verle la trucha te
das cuenta de que este chabón es un chanta total, un verdadero
Manosanta que me hizo acordar de Alberto Olmedo. En el texto
lo explicamos.


Los dedos largos como garras del charlatán iba mostrando los distintos envases de lo que ofrecía y como no podía ser de otra manera, la oferta del día!: "Como promoción, sólo por hoy, quien compre el aceite de argar, puede llevarse tres por el precio de dos!" Como atención especial hacia el grupo, la promoción se extendía TODOS los productos! ¡Qué suerte teníamos! Después de la perorata, comenzó la venta... y hubo gente que compró!....





Fátima había completado su misión en ese lugar y el "Manosanta" se enjuagaba la garganta en espera de otro grupo. Después de conocer la medicina marroquí, la guía parlanchina nos llevó a un comercio de alfombras, cerámicas y productos regionales, pero esta vez no hubo ni charla ni promoción. Cada uno podía ver y/o comprar a su gusto.

Ya eran casi las seis de la tarde, hora en que el ferryboat emprendería el regreso a Tarifa, así que reagrupada la manada, solo cabía despedirse de Tánger, un lugar interesante como lo son casi siempre los sitios diferentes al lugar dónde uno reside.




(Continuará)
*

1 comentario:

Noemi dijo...

Muy interesante, espero el proximo capitulo.........