9 de diciembre de 2016

La peste escarlata (Jack London)

- Libro nro. 406 leído en este blog -


Género:    Novela corta o cuento largo (a elegir)
Año:            1912
Páginas:    50/120 (difiere según la edición)
Título original: The Scarlet Plague
Traducción: 

Valoración:  Muy bueno 


Después de Colmillo blanco y El llamado de la selva, leídos hace varias décadas, me reencontré no hace mucho con un Jack London que me sorprendió gratamente con El vagabundo de las estrellas, Martín Eden y el relato El camino. De manera que cuando surge la ocasión no dudo en leer algunos otros de sus numerosos textos. Y aquí otra sorpresa: de las referencias autobiográficas contenidas en los tres últimos títulos mencionados, el autor pasa a la ciencia ficción con la misma solvencia. La peste escarlata, escrita o publicada en 1912, nos recuerda a La carretera (Cormac McCarthy) y Soy leyenda (Richard Matheson). El escenario es un planeta diezmado por una terrible epidemia y con muy pocos sobrevivientes, en donde priva, como casi siempre, la ley del más fuerte. A no todos les gustan los relatos apocalípticos porque, de hecho, son deprimentes, aunque dejen una luz de esperanza. Pero si nos abstraemos de esa temática funesta, hemos de reconocer que La peste escarlata es un relato bien escrito, simple y directo que da que pensar. ¿Es tan descabellado lo que se narra? Es altamente improbable que se de un escenario tan ominoso, pero ....¿imposible.....? 
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SINOPSIS
En 2013 estalla en las principales ciudades de la Tierra una peste fulminante que se propaga con rapidez hasta el último rincón habitado. No hay para ella antídotos conocidos; en cuestión de días, el vano éxodo de los pobladores vacía las ciudades, devastadas por el pillaje, los incendios y la violencia.Con el paso del tiempo, unos pocos supervivientes van formando pequeñas comunidades mientras a su alrededor una vegetación asilvestrada, sin control, ahoga las zonas antes cultivadas, y los animales domésticos, con garras y dientes, tratan de asegurarse un lugar en el nuevo orden zoológico. Sesenta años después de la tragedia, el último superviviente de la peste —entonces joven profesor universitario y ahora anciano de casi noventa años— intenta al final de su vida transmitir algo de experiencia y sabiduría a sus nietos casi salvajes, evocando un mundo que ya nadie sabe que ha perdido.
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Una de las tantas
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ASÍ COMIENZA
El camino, de borroso trazado, seguía lo que en otro tiempo había sido el terraplén de una vía férrea que, desde hacía muchos años, ningún tren había recorrido. A derecha e izquierda, el bosque, que invadía e hinchaba las laderas del terraplén, envolvía el camino en una ola verde de árboles y matorrales. El camino no era otra cosa que un simple sendero, con anchura apenas suficiente para que dos hombres avanzaran de lado. Era algo así como una pista de bestias salvajes. Aquí y allí se veían fragmentos de hierro oxidado que indicaban que, debajo de la maleza, seguía habiendo rieles y traviesas. En cierto punto, un árbol, al crecer, había levantado en el aire un riel entero, que quedaba al descubierto. Una pesada traviesa había seguido al riel, y seguía unida a él por medio de una tuerca. Debajo se veían las piedras del balasto, medio recubiertas de hojas muertas. El riel y la traviesa, enlazadas de aquel modo extraño, apuntaban hacia el cielo, fantasmagóricamente. Por vieja que fuera la vía férrea, se constataba sin dificultad, por su estrechez, que había sido de vía única.
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El autor
Jack London nació en San Francisco en 1876, hijo ilegítimo de un astrólogo ambulante que pronto los abandonaría a él y a su madre, una joven "huida" de una acomodada familia de Ohio. Poco después de dar a luz, la madre se casó con John London, carpintero y vigilante jurado entre otros oficios, de quien el hijo tomaría el apellido. Jack dejó el colegio a los trece años y desde entonces hasta los veintisiete, edad en la que se consagraría como escritor,  su juventud fue inquieta y agitada: sus biógrafos y él mismo convertirían en leyenda sus múltiples trabajos y vagabundeos, de ladrón de ostras a buscador de oro en Alaska, así como su visionaria vocación política, formalizada con su ingreso en 1896 en el Partido Socialista de los Trabajadores.
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